martes, 17 de septiembre de 2013

Crítica de Cine: Anna Karenina (2012), de Joe Wright


En el escenario se representa una obra, que nadie verá y nunca se estrenará. 
La obra de la vida, que nunca se detiene y siempre tiene a las personas en el centro tratando de comprenderse a si mismas.
'Anna Karenina' es forma y fondo: la forma realza el fondo de manera inaudita, y el fondo se cuela y rezuma a través de las tablas de la forma. Las dos alcanzan la comunión perfecta en este experimento de Joe Wright, enamorado de la tramoya y sus trucos. 
El escenario es un palacio, desde donde bajamos al patio de butacas en la calle que pasa a ser una oficina cuando nos damos la vuelta. La Rusia Imperial recreada en un teatro ajado, que parece artificio pero (o quizás a causa de) también es realidad.

Se va desmenuzando un fresco de personas atrapadas en ese espacio, gente que choca unas con otras, condicionando las vidas de terceros y su propio entorno. El nombre de ese choque: el amor. 
Arrebatado, puro, pasional, paciente, prohibido... cada persona marcada por su propia tragedia o paraíso, aunque ninguno de los dos dura mucho de un modo u otro. 
Alexei pendiente de su esposa Anna y su amigo Stiva tratando de que Dolly le perdone una infidelidad son actos corrientes y mundanos, fuera de las amenazas de vileza que suponen el maduro Konstantin suplicando por el amor de una adolescente Kitty o Vronsky persiguiendo a la casada Anna. Todas provienen del amor, y sin embargo, ¿por qué no todas son correctas?
La sociedad circundante desprecia unas conductas, por muy incorrectas que puedan parecer, y desprecia  
Konstantin aprende esto segando codo con codo con sus trabajadores, más vale un sufrimiento continuo del cuerpo que uno del corazón. Su querida Kitty pasa envuelta en brumas en su carruaje, él la toma por sueño febril, pero es uno muy real del que no tiene que dar explicaciones a nadie. 
Anna sin embargo no desprecia su cárcel de oro, y Vronsky la convoca a un baile donde las palabras están de más, el sentimiento se ve y no es invisible a los ojos que los observan. 
Tolstoi nunca dió perspectivas para un cambio de estos momentos a los ojos la marea humana: o eres despreciado, o vives (in)felizmente.
otras, aunque sean la única salida a una vida de insatisfacción. Es un teatro del absurdo, marionetas que se mueven cuchicheando alrededor de los únicos que siguen fielmente su instinto y no se preocupan de mirar las apariencias, porque al final son las rejas de tu jaula.


Ana Karenina vive condenada desde el primer momento: su romance con Vronsky la hace dependiente de un amor ajeno al sacrificio o la paciencia, no hay mal en él pero es como el fuego que arde y sin oxígeno se extingue. Enferma de una sociedad complaciente y sufridora, dejará atras cualquier tipo de autocompasión, y sin saberlo volverá al punto de partida, de nuevo atrapada en las garras de la aristocracia, los cuales le negarán el perdón de los pecados que ellos mismos cometen a la espalda. Keira Knightley no era probablemente la mejor candidata de mujer enfrentada a toda una forma de pensar, pero le pone ganas y agallas. 
La caída de Anna refleja la de su hasta el momento entregado esposo Alexei, hombre justo y noble, que simplemente está harto de no conservar una mínima pizca de alegría tras años de entrega. El Jude Law más extraordinario nos muestra a un hombre en perpetua lucha contra su pasión y su juicio, aquel que no desea mal pero no quiere ceder. El momento en que exclama "¿Qué he hecho yo para merecer esto?" ante un patio de butacas vacío escenifica la dureza de la farsa que vive: a veces, de puro imposible, lo que nos ocurre parece formar parte de una tragedia teatral. 
Entremedias, Vronsky encarnado en Aaron Johnson, un figurín que disfrazando transgresión con amor, puede que por simple rebeldía juvenil, acabará tiñendo dos vidas de un dolor que él nunca llegará a comprender ni compartir por edad.


Muchas cosas es 'Anna Karenina'; un triangulo entre tres personas, el re-descubrimiento de los simples detalles mundanos, la convicción de que el tiempo cambia a todo y a todos, una lucha entre la fugacidad de la vida y la necesidad de pasar tiempo de ella esperando quien sabe qué. 
Y también es una manera única de fortalecer de nuevo un texto desgastado por multitud de adaptaciones y versiones.

¿Hemos sido testigos ocultos de la vida o solo hemos visto una recreación? 
Pensad que hemos visto una realidad desnuda de sus aparejos, que parece haberse acabado convirtiendo en ficción.

Nota: 8 / 10

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